A continuación te mostramos un recopilatorio de cuentos de terror para niños de 10 a 12 años, para que se lo leas a tu niño de primaria, preescolar o un poquito más grande, 12 a 14 años, 6 grado de primaria etc.
Al tu leerle un cuento de terror , estás ayudando a tu niño pequeño a estimular su retención y análisis, aunado a eso si le explicas o le das una pequeña moraleja de cada cuento de terror lo estarás preparando para las adversidades que hay allá afuera.
Sin más preámbulos, te mostramos los cuentos de terror largos y cortos para niños:
Juan sin miedo
Érase una vez un hombre que tenía dos hijos totalmente distintos. Pedro, el mayor, era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. En cambio su hermano pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada, así que en la comarca todos le llamaba Juan sin miedo.
A Juan no le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni escuchar cuentos de monstruos en la cama. El miedo no existía para él. A medida que iba creciendo, cada vez tenía más curiosidad sobre qué era sentir miedo porque él nunca había tenido esa sensación.
Un día le dijo a su familia que se iba una temporada para ver si conseguía descubrir lo que era el miedo. Sus padres intentaron impedírselo, pero fue imposible. Juan era muy cabezota y estaba decidido a lanzarse a la aventura.
Metió algunos alimentos y algo de ropa en una mochila y echó a andar. Durante días recorrió diferentes lugares, comió lo que pudo y durmió a la intemperie, pero no hubo nada que le produjera miedo.
Una mañana llegó a la capital del reino y vagó por sus calles hasta llegar a la plaza principal, donde colgaba un enorme cartel firmado por el rey que decía:
“Se hace saber que al valiente caballero que sea capaz de pasar tres días y tres noches en el castillo encantado, se le concederá la mano de mi hija, la princesa Esmeralda”
Juan sin miedo pensó que era una oportunidad ideal para él. Sin pensárselo dos veces, se fue al palacio real y pidió ser recibido por el mismísimo rey en persona. Cuando estuvo frente a él, le dijo:
– Señor, si a usted le parece bien, yo estoy decidido a pasar tres días en ese castillo. No le tengo miedo a nada.
– Sin duda eres valiente, jovenzuelo. Pero te advierto que muchos lo han intentado y hasta ahora, ninguno lo ha conseguido – exclamó el monarca.
– ¡Yo pasaré la prueba! – dijo Juan sin miedo sonriendo.
Juan sin miedo, escoltado por los soldados del rey, se dirigió al tenebroso castillo que estaba en lo alto de una montaña escarpada. Hacía años que nadie lo habitaba y su aspecto era realmente lúgubre.
Cuando entró, todo estaba sucio y oscuro. Pasó a una de las habitaciones y con unos tablones que había por allí, encendió una hoguera para calentarse. Enseguida, se quedó dormido.
Al cabo de un rato, le despertó el sonido de unas cadenas ¡En el castillo había un fantasma!
– ¡Buhhhh, Buhhhh! – escuchó Juan sobre su cabeza – ¡Buhhhh!
– ¿Cómo te atreves a despertarme?- gritó Juan enfrentándose a él. Cogió unas tijeras y comenzó a rasgar la sábana del espectro, que huyó por el interior de la chimenea hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.
Al día siguiente, el rey se pasó por el castillo para comprobar que Juan sin miedo estaba bien. Para su sorpresa, había superado la primera noche encerrado y estaba decidido a quedarse y afrontar el segundo día. Tras unas horas recorriendo el castillo, llegó la oscuridad y por fin, la hora de dormir. Como el día anterior, Juan sin miedo encendió una hoguera para estar calentito y en unos segundos comenzó a roncar.
De repente, un extraño silbido como de lechuza le despertó. Abrió los ojos y vio una bruja vieja y fea que daba vueltas y vueltas a toda velocidad subida a una escoba. Lejos de acobardarse, Juan sin miedo se enfrentó a ella.
– ¿Qué pretendes, bruja? ¿Acaso quieres echarme de aquí? ¡Pues no lo conseguirás! – bramó. Dio un salto, agarró el palo de la escoba y empezó a sacudirlo con tanta fuerza que la bruja salió disparada por la ventana.
Cuando amaneció, el rey pasó por allí de nuevo para comprobar que todo estaba en orden. Se encontró a Juan sin miedo tomando un cuenco de leche y un pedazo de pan duro relajadamente frente a la ventana.
– Eres un joven valiente y decidido. Hoy será la tercera noche. Ya veremos si eres capaz de aguantarla.
– Descuide, majestad ¡Ya sabe usted que yo no le temo a nada!
Tras otro día en el castillo bastante aburrido para Juan sin miedo, llegó la noche. Hizo como de costumbre una hoguera para calentarse y se tumbó a descansar. No había pasado demasiado tiempo cuando una ráfaga de aire caliente le despertó. Abrió los ojos y frente a él vio un temible dragón que lanzaba llamaradas por su enorme boca. Juan sin miedo se levantó y le lanzó una silla a la cabeza. El dragón aulló de forma lastimera y salió corriendo por donde había venido.
– ¡Qué pesadas estas criaturas de la noche! – pensó Juan sin miedo- No me dejan dormir en paz, con lo cansado que estoy.
Pasados los tres días con sus tres noches, el rey fue a comprobar que Juan seguía sano y salvo en el castillo. Cuando le vio tan tranquilo y sin un solo rasguño, le invitó a su palacio y le presentó a su preciosa hija. Esmeralda, cuando le vio, alabó su valentía y aceptó casarse con él. Juan se sintió feliz, aunque en el fondo, estaba un poco decepcionado.
– Majestad, le agradezco la oportunidad que me ha dado y sé que seré muy feliz con su hija, pero no he conseguido sentir ni pizca de miedo.
Una semana después, Juan y Esmeralda se casaron. La princesa sabía que su marido seguía con el anhelo de llegar a sentir miedo, así que una mañana, mientras dormía, derramó una jarra de agua helada sobre su cabeza. Juan pegó un alarido y se llevó un enorme susto.
– ¡Por fin conoces el miedo, querido! – dijo ella riendo a carcajadas.
– Si – dijo todavía temblando el pobre Juan- ¡Me he asustado de verdad! ¡Al fin he sentido el miedo! ¡Ja ja ja! Pero no digas nada a nadie…. ¡Será nuestro secreto!
La princesa Esmeralda jamás lo contó, así que el valeroso muchacho siguió siendo conocido en todo el reino como Juan sin miedo.
Cuento extraído de: Juan sin miedo – Mundo Primaria}
Momotaro, el niño melocotón
Hace muchos años vivía en el lejano Japón una pareja de ancianos que no había tenido hijos. El hombre era leñador y su esposa le ayudaba en la tarea diaria recogiendo troncos y maderas.
Un día salieron los dos al campo y mientras el hombre trabajaba, ella se acercó al río a lavar la ropa ¡Menuda sorpresa se llevó la buena mujer! Flotando sobre las aguas vio un enorme melocotón. Llamó a su marido y entre los dos, consiguieron llevarlo hasta la orilla.
Si encontrar un melocotón gigante fue algo muy extraño, más raro fue lo que vieron dentro… Al abrirlo, de su interior salió un pequeño niño de tez blanca que sonriente les miraba con sus grandes ojos negros como el azabache. Los ancianos se pusieron muy contentos y se lo llevaron a casa. Le llamaron Momotaro, pues, en japonés, Momo significa melocotón.
Momotaro creció muy sano y fuerte, más que el resto de los niños de prescolar del pueblo. Con el tiempo se convirtió en un joven bondadoso al que todo el mundo quería y respetaba.
Por aquellos años con frecuencia asaltaban la aldea unos demonios que ponían todo patas para arriba, robando todo lo que podían y atemorizando a sus habitantes. La tarde en que Momotaro alcanzó la mayoría de edad, todos propusieron que fuera él quien salvara al pueblo de los molestos demonios.
– ¡Es un honor para mí! Iré a Onigashima, la Isla de los Demonios y les daré un buen escarmiento para que no vuelvan por aquí – dijo el joven mientras le ponían una armadura y le daban provisiones para unos días.
Dispuesto a cumplir su misión cuanto antes salió del pueblo y tras varias horas caminando, el valiente Momotaro se encontró con un perro.
– Hola Momotaro… ¿A dónde vas? – le dijo el animal.
– Voy a la isla de Onigashima a derrotar a los demonios.
– ¿Me das algo de comer que tengo mucha hambre? – preguntó el can.
– Claro que sí. Llevo bolitas de maíz… ¿Te vienes conmigo a la isla y me ayudas?
– Sí… ¡iré contigo! – le respondió el perro agradecido.
Al ratito, Momotaro y el perro se cruzaron con un mono.
– Hola… ¿A dónde vais tan rápido?
– Vamos a Onigashima a vencer a los demonios de la isla ¿Quieres venir con nosotros? Llevo ricas bolitas de maíz para todos.
El mono aceptó y se unió al grupo a cambio de un poco de alimento. Poco después se les acercó un faisán.
– ¿A dónde os dirigís, amigos?
– A Onigashima, a ver si conseguimos deshacernos de los demonios- afirmó Momotaro.
– Perfecto, me apunto a ayudaros – dijo el faisán con voz algo chillona. A cambio, Momotaro compartió también con él su comida.
Llegaron a la costa y el extraño cuarteto embarcó en un velero que les llevó hasta la isla. Cuando avistaron tierra, el faisán voló sobre ella para echar un vistazo y regresó a donde estaba el barco.
– ¡Están todos dormidos! ¡Vamos, entremos! – gritó desde el aire a sus compañeros.
Desembarcaron y se acercaron a la gran muralla tras la cual se refugiaban los demonios. El mono entró en acción y trepando por el alto muro de piedra, saltó hacia el otro lado y abrió la enorme puerta desde dentro. Bajo las órdenes de Momotaro, todos irrumpieron gritando.
– ¡Eh, demonios, salid de vuestro escondite! ¡Dad la cara, no seáis cobardes!
Los demonios, recién levantados de su larga siesta, se sorprendieron al ver al chico con los tres animales. Antes de que pudieran reaccionar, el perro empezó a morderles, el faisán a picotear sus cabezas y el mono a arañarles con sus fuertes uñas. Por mucho que los demonios quisieron defenderse, no tuvieron nada que hacer ante un equipo tan valiente y bien organizado.
– ¡Ay, ay! ¡Nos rendimos! ¡Dejadnos en paz, por favor! – suplicaban desesperados.
– ¡Sólo si prometéis dejar tranquila a la gente de mi aldea! – les gritó Momotaro – ¡No quiero que os acerquéis a ella nunca más!
– Sí, sí… ¡Haremos lo que tú digas! – bramaron los demonios sin fuerzas ya para defenderse.
– Está bien… ¡Pues ahora devolvednos todo lo que le habéis robado durante años a mi gente!
Así lo hicieron. Momotaro y sus pintorescos amigos cargaron una carretilla con cientos de monedas y joyas que los demonios habían quitado a los habitantes de la aldea y se despidieron de la isla para siempre.
Al llegar al pueblo, fue recibido como un héroe y compartió el éxito con sus nuevos y fieles amigos.
Cuento extraído de: Momotaro, el niño melocotón – Mundo Primaria
La niña con la cinta roja
Había una vez una niña y su nombre era Ana. Ella siempre llevaba una cinta de seda roja atada a su cuello con un nudo muy apretado. Desde que estaba en quinto de primaria, Ana tenía un amigo cuyo nombre era Juan.
Ahora, ambos estaban a punto de terminar la secundaria y Juan, como antes, quería saber por qué Ana siempre llevaba la cinta de seda roja.
—Ana, por favor dime por qué siempre llevas esa cinta puesta.
Ana se limitó a sacudir la cabeza con suavidad sin dar respuesta.
Tiempo después, Ana y Jaime se hicieron novios y al cabo de unos años se casaron. Ana dio a luz a 2 hermosos hijos. Los niños de preescolar también le preguntaban sobre su cinta, pero ella respondía con evasivas. Cansados de no recibir respuesta, no volvieron a tocar el tema.
Así vivieron durante muchos años hasta que un día Ana se enfermó gravemente y dijo entre sollozos:
—Jaime, siento que voy a dejar este mundo pronto. ¿Todavía quieres saber por qué siempre llevo la cinta roja atada a mi cuello?
Jaime asintió, secó las lágrimas de sus ojos y la abrazó.
—Quítame la cinta para conocer la respuesta —dijo Ana.
Fue entonces que Jaime llevó sus manos temblorosas hacia el cuello de Ana y desató lentamente el apretado nudo.
El mismo momento en que Jaime aflojó la cinta por completo…
¡La cabeza de Ana cayó al suelo!
- La pesadilla de lolito
Aquella noche Lolito no paraba de llorar.
-» Bua bua…»
– «¿Qué te pasa? «le decía su papá.
– «Que tengo pesadilla.»
Su papá le dio un beso y se marchó. Más tarde empezó de nuevo a llorar.
– «Bua bua….»
– «¿Qué te pasa?» le dijo su hermana.
-» Que tengo fantasmas en mi cuarto y me asustan.»
Su hermanita le dio un beso y se marchó. Y otra vez Lolito empezó a llorar
– «Bua bua bua»….
Su mamá se asomó a la puerta y le preguntó:
– «¿Qué te pasa Lolito? ¿por qué lloras?»
-» Es que tengo mucho miedo mamá. Veo en mis sueños cosas malas».
Entonces, su mamá miró por toda la habitación y dijo:
-«!Ahhhh¡ ya sé lo que pasa…»
Y girando la almohada por la parte de los sueños buenos, le dijo a Lolito:
– «Cariño, ahora que tienes la almohada por el lado de los sueños bonitos, podrás dormir bien».
Y en cuanto apoyó su cabeza, Lolito se quedó dormido, soñando con cosas preciosas.
FIN
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